Por: José Antonio Fuentes[1]
La ciudad históricamente es el
resultado de la acumulación o el excedente de la producción, así fue el origen
de las primeras, y ésta pauta le sucedió a lo largo y ancho del mundo. Sin
embargo, poco podemos decir esto con respecto a
las ciudades hispánicas en el “Nuevo Mundo” -para los europeos- estas por lo
general fueron el resultado del proceso de la penetración y del saqueo y aprovisionamiento de mano de obra
servil en América. [APRIL GNICET, Jacques, 1991]
El caso de la ciudad de
Bucaramanga no fue ajeno al proyecto hispano, se constituyó como un resguardo
que fue desapareciendo a medida que se extinguían los indígenas, de ahí que
aparezca con la connotación de “pueblo de indios”. Ya para mediados del siglo
XVIII y principios del XIX la ciudad funcionaba como un centro de acopio y
aprovisionamiento, cruce de caminos hacia la Costa, Venezuela y Bogotá. [MARTÍNEZ,
Armando y GUERRERO Amado, 1995]
Panorámica de Bucaramanga en 1980 (Imagen en banrepcultural.org )
Las ciudades que sobrevivieron al
siglo XIX y las nuevas fundaciones obedecieron más a la inserción de estas en
el mercado internacional como productoras de materias primas, enclaves
económicos del capitalismo y poco conectadas entre sí. Y en su parte interna poca
o nula relación tuvieron con sus hitos naturales, dándole la espalda a los
cursos de ríos que las vieron crecer. [ZAMBRANO PANTOJA, Fabio, 1993]
En el caso de Bucaramanga, la
estructura urbana irregular de cuadrícula y ortogonal en algunos casos ,seguirá
el viejo cruce de caminos, y alrededor de ella se desarrollará la ciudad a
medida que las haciendas iban desapareciendo. Propiedades que estaban
vinculadas a unas pocas familias. [RUEDA
GÓMEZ, Néstor, 2003]
El sur de la ciudad por los años 70 del Siglo XX (Foto Skycrapercity Don Pacho)
De otro lado las políticas de
vivienda social desarrolladas por el Estado en el siglo XX, serán infructuosas,
dejando a las urbanizadoras el rol protagónico que le correspondía. En este
periodo la masa de mujeres y hombres de campo construirán la ciudad en las
zonas en las que por lo general el valor de la tierra era marginal, o donde por
cuestiones ambientales o físicas era poco probable la construcción. Los que se
ubicarían en el centro de la ciudad serían rápidamente expulsados a las
periferias. Todo ello crearía una mano de obra barata y no calificada,
reservada para permitir la acumulación del capital.
VOLVER A LOS CERROS, VOLVER A LOS RIACHUELOS; HACIA UN CINTURÓN VERDE.
Ahora bien, hemos escuchado
muchas veces a cerca del Burro, el Bobo y el Barril, cuando la ciudad carecía
de alcantarillado o de infraestructura vial. Las chorreras y quebradas eran las
fuentes que abastecían a los vecinos de agua, tanto para el consumo como para
lavar y hacer los demás quehaceres del hogar. Sobre ellas se centraban las
historias de vida y pastaban los ganados, pero los paradigmas urbanos le
asignaron una visión de peligrosidad y de insalubridad a todo aquello que fuera
natural, pronto se canalizaron las quebradas, se rellenaron, o simplemente la
ciudad les dio la espalda. Si se hiciera un balance sobre espacio público, el
déficit es impresionante y devolverle la parte ambiental sería una de las
soluciones más sanas.
Un sector de los cerros orientales de Bucaramanga (Foto: Skycrapercity JulianZ)
De otra parte la ciudad se
encuentra insertada en todo un sub-sistema socio-ambiental que bordea el
sistema ecológico de páramos. Por lo que se hace necesaria la conservación del
mismo, ya que regula la vida y la supervivencia de la ciudad. Por eso cuando se
habla de que el Plan de Ordenamiento Territorial debe estar preparado para el cambio climático se habla de los
nuevos cinturones verdes, de reservas ecológicas, ya sea que aparezcan desde la
normativa de parques o plazas en los espacios urbanos, peri-urbanos o
regionales.
Para ello es indispensable tener
un censo ambiental de ecosistemas; hídrico, de suelos, de flora y fauna, etc.,
es decir otra “expedición botánica” a la Judía, a la Angula, a la Escarpa
Occidental, al Cañón de las Iguanas y los Cerros Orientales entre otros
subsistemas socio-ambientales y generar mecanismos de participación, de
identidad, de movilización y organización.
LA RESERVA AGRARIA, LA RURAURBANIZACIÓN O LA URBANIZACIÓN DE LA
PERIFERIA.
Colombia pasó en los últimos años
de ser un país rural a un país urbano, todo ello en parte fue el resultado de
los intentos de industrialización por sustitución de importaciones que se
dieron en América Latina y que atrajeron a cientos de hombres y mujeres del
campo a la ciudad, sumado a ello durante la mitad del siglo XX la violencia
política en el país también funcionó como expulsor, a ello le siguieron las
demás violencias; el hambre, la falta de empleo, la marginalización y la
exclusión fueron los males que encontraron muchos en la ciudades.
Cultivos de Mora en Planadas, Piedecuesta (Foto: Omar Alvarado en Flickr)
Pero con todo ello el campo no
quedo vacío y menos si se tiene en cuenta que ciertos productos lograron
vincularse al mercado internacional, los de más fueron a parar a la olla de
cientos de familias. De ahí que nuestros abuelos y abuelas o padres trajeran
consigo todo el peso cultural del campo que poco a poco la transformación
urbana empezó a borrar.
La “gente” se vino, pero el campo
siguió estando abandonado. Los intentos por la reforma agraria[2]
pasaron hacer tema de “subversión” para el Estado, mientras que ya en los años
noventa y principios de siglo XXI los paramilitares y terrateniente aliados o
no, se apoderaban de las tierras que iban desocupando a sangre y fuego. A ello le sobre vino la apertura económica que
se suscribieron a tratados de libre comercio a diestra y siniestra en la última
década agravando con ello las condiciones de los campesinos y entregando las
tierras y los recursos naturales a multinacionales o grandes capitales[3].
No es paradójico que los
departamentos donde se llevaron las movilizaciones y concentraciones, fueran
donde la propiedad de la tierra tiene un peso histórico de colectividad o de
minifundio, o mejor dicho de unidad familiar agrícola pequeña[4].
Y que de otra forma constituyen la despensa agraria del país. Las tierras de
Boyacá, Nariño, Cundinamarca, Huila y Santander, en su parte andina.
Trabajos de Gran Minería en inmediaciones del Páramo de Santurbán (Foto de Jhoan Triana en rcnradio.com)
A escala local, en Santander se
dio un proceso de mono-cefalea alrededor del A.M.B, concentrando un porcentaje
de la población total de la región. Sin
embargo, el campo no dejo de producir tampoco;
papa, cebolla, tomate de árbol, maracuyá, fresas, moras, fique, aguacate,
mandarina, café, cacao, plátano, banano, mango y guayaban en fin una lista
interminable de productos criollos, de semillas propias que nos permiten
acceder a una canasta alimentaria natural y económica. Es difícil pensar la
ciudad sin el campo, ya sea como reserva natural o agrícola, porque complementa
la lógica del buen vivir.
[1]
Maestrando en Planificación Urbana Regional –Universidad de Buenos Aires
Historiador –UIS
Diplomado en Pedagogía para la Educación en
Investigación Educativa – UPJ
Corporación para la Investigación en
Políticas Públicas